Por Juan Tomás Valenzuela
Los periodistas corruptos
(que no son la mayoría)
dañan la profesión mía
junto al hombre del eructo.
Fungen de salvoconducto
en los crímenes de Estado,
cuando se ponen del lado
del funcionario infractor,
intercambiando su honor
por un sueldo acaudalado.
Gente que nunca en su vida
había visto una champaña,
de la forma más extraña
le dan un giro a sus vidas.
Ahora degustan bebidas
cuál si fueran catadores,
y te definen sabores
como enólogos romanos,
cuando ni mabí seibano,
libaban estos señores.
La reputada cronista
Doña Altagracia Ortiz Gómez,
nos cuenta que estos lambones
son corruptos y arribistas.
Los que no son danilistas,
buscan la oportunidad,
de que el Ladrón de Bagdad
les suelte aunque sea un anuncio,
“Y si me lo dá, renuncio
a toda mi honestidad”
El periodismo apegado
a cualquier principio ético,
cayó en un trance patético
con estos desvergonzados.
Solo ver como le han dado
a Don Marino Zapete,
por denunciar a un zoquete
y a la hermana de un hampón,
los hechos de corrupción,
que a todos nos compromete.
Los que se tiran al ruedo
contra el gobierno profano,
si los cuento con las manos,
seguro me sobran dedos.
A los que le importa un bledo
que el PLD nos arruine,
son aquellos sayayines
que ensucian la profesión
y adoran la corrupción
igual que yo adoro el cine.
El que vende su criterio
por un puesto en el Estado
debe ser considerado
truhán, bandido y poco serio.
La profesión y el imperio
son diametralmente opuestos,
y aquel que no esté dispuesto
a llevarla con honor,
junto con el corruptor
debían estar bajo arresto.
Juan de los Palotes
24 diciembre 2019